martes, abril 16, 2024
spot_img
InicioDominicanos en el exteriorEl papel del periodista frente a los intereses particulares y colectivos#SDQPeriodicodominicano TV

El papel del periodista frente a los intereses particulares y colectivos#SDQPeriodicodominicano TV

Por Osvaldo Santana, foto Julio Colon
Hablar del papel de los periodistas, en general, en estos tiempos, y especialmente frente a los intereses particulares y colectivos, es un reto.

En un mundo que cambia tan rápidamente, el reto es mayor, porque las realidades trascienden esa primaria visión sobre los intereses: los particulares y los colectivos.

En las confrontaciones que vive la humanidad, ¿de qué intereses estamos hablando?, cuando vemos que las amenazas vienen dadas por los conflictos entre países o bloques de países, que, con cualquier movimiento, la faz de la tierra puede ser arrasada.

De modo que las responsabilidades de los periodistas, y modernamente, de cualquier ente o individuo que maneje contenidos informativos, trasciende los espacios que antes podían circunscribirse a territorios limitados por fronteras.

Si bien es cierto que el mundo ha estado de una u otra forma comunicado, nunca había sido como ocurrió desde el fin de la llamada guerra fría, cuando en 1989 cayó el muro de Berlín y se inició un proceso de apertura global que dio paso a la Era de la Globalización.

La globalización fue el gran motor de la economía mundial, y gracias a ella, los países más poderosos abrieron sus mercados, igual se expandieron las comunicaciones y consecuentemente, los sistemas comunicativos se transformaron, de manera muy especial, después de la década de los 80, con el surgimiento de la Word Wide Web. Fueron 30 años en los cuales el mundo vivió un proceso de apertura e integración en paralelo, que implicó la expansión de los servicios de fax, comunicación satelital, flujo de datos a nivel global, bolsa electrónica mundial y una disminución de los costes de transporte de información, mercancía y personas.

Como nunca antes, se abrió un proceso con vocaciones políticas muy marcadas por la expansión del capitalismo a nivel mundial, sobre todo en el campo de las comunicaciones, las finanzas, el comercio, y en general, los intercambios de todo tipo. Fue en esa época que se produjo la gran expansión de la economía china, que experimentó crecimientos que en algunos años llegó a alcanzar hasta los dos dígitos.

Así mismo, se fortalecía la Unión Europea, Estados Unidos suscribía acuerdos comerciales con Canadá y México y fortalecía sus vínculos con Japón. También, se pacta el DR-Cafta, que involucra a Estados Unidos, Centroamérica más República Dominicana, y amplía sus alianzas comerciales con otros países.

Del otro lado, una parte de lo que fue el conjunto de naciones que constituyeron la Unión Soviética, y que se redujo a la Federación Rusa, entró en una crisis que apenas empezó a superarse con la ascendencia a la presidencia de la Rusia de Vladímir Putin.

Pero parece que ese proceso expansivo ascendente ha llegado a su fin. Desde la administración del presidente Donald Trump, cuando se impusieron las barreras arancelarias al país que en los años 90 había sido declarado por el Congreso de los Estados Unidos como “nación más favorecida”, empezó un proceso de desmonte de la globalización.

La globalización, en sus inicios se caracterizó por el predominio de los Estados Unidos. Era un mundo unipolar, pero el desarrollo del mercado interno de China, más las masivas inversiones de grandes corporaciones en su territorio, dieron lugar a una nueva realidad, y fue su expansión comercial en el mundo, y con ella, su creciente influencia, que se ha convertido en gran preocupación de Norteamérica.

A mí me impresionó una visita a esta ciudad de Nueva York durante la década pasada, al descubrir cómo los productos manufacturados en la India y en China predominaban en las tiendas y supermercados de esta urbe. El mundo había cambiado, los intercambios comerciales eran favorables a las dos grandes potencias que emergían en el oriente. Y eso planteó grandes interrogantes en Estados Unidos.

Y ahora, se desata la guerra en Ucrania, que ha conllevado a una nueva edición de lo que fue la llamada guerra fría. Dos grandes bloques, Occidente y parte de Asia, envueltos en un debate sobre las visiones acerca de modelos de gobernanza, democracia versus totalitarismo, más una competencia feroz por la búsqueda de nuevos aliados. El mundo se ha complicado.

En todo ese mundo tan complejo que envuelve intereses de grandes y pequeños países, pueblos y naciones, estamos los periodistas, y no siempre comprendemos lo que ocurre. Es importante prestarle atención al desarrollo de los hechos con todas sus implicaciones y alcances, y estudiarlos, para racionalizarlos y poder ayudar a los ciudadanos a tener un mejor entendimiento de las nuevas realidades.

Para que los ciudadanos de todos los países puedan saber cuánto ocurre, en su verdadera dimensión, es necesario que quienes tenemos la obligación profesional y moral de recibir, conocer, analizar, interpretar y difundir contenidos noticiosos, estemos en capacidad para desentrañar todas esas cuestiones que vive e impactan a la humanidad.

Si nos situamos en los límites de nuestro territorio, República Dominicana, es fundamental que conozcamos la sociedad a la que pretendemos servir, en cuáles bases se fundamenta, cómo está organizada, cómo están compartimentados los poderes.

Vivimos en una sociedad con una base económica productiva y de servicios, que ha cambiado dramáticamente desde los años 70, cuando su modo de producción y exportación se afirmaba en la economía de sobremesa: café, cacao, azúcar, tabaco y ron.

Hoy, si bien ha habido una industria manufacturera generadora de muchos empleos en las zonas francas, y otras industrias integradas totalmente a la economía convencional; más la extracción minera, la producción de bastimentos, víveres, arroz, carnes y leche, la principal rama generadora de empleos y riquezas, divisas, son los servicios, liderados por el turismo. Esa economía está sometida a los vaivenes del mercado internacional, ya por su condición de importadora de insumos fundamentales, y los combustibles, o simplemente, o visto de otra manera, por el impacto de la apertura al mercado internacional y a la demanda de productos tecnológicos de nueva generación.

Es un resultado de lo que significó la globalización, ahora bajo el influjo de las tensiones entre las grandes potencias en conflicto.

Es también en ese contexto que se han desarrollado las comunicaciones, la multiplicación de la telefonía inteligente, el acceso a información barata que caracteriza la alta penetración de las redes sociales, sin duda alguna el principal medio de información, para bien o para mal, de los dominicanos, como ocurre en la mayoría de los países. También, ese desarrollo tuvo extraordinario impacto en la modernización de la gestión empresarial, del comercio, de las industrias, los servicios sanitarios, el sistema financiero y el sector público.

Según del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL), para el año 2021 había en el país 10 millones 890 mil 021 líneas activas de teléfonos, un aumento de 744 mil 941 líneas, en comparación con el año 2020. La pandemia del covid-19 ralentizó la tendencia al crecimiento. Para el año pasado, en el país había 85.33 líneas de telefonía móvil por cada 100 habitantes y la fija con una teledensidad de 10.97, con una tendencia a la baja.

En el año 2021 el número de cuentas de acceso a Internet fijo ascendió a 1 millón 147 mil 937. El segmento residencial conformó el 89.20% de las conexiones fijas a Internet, a pesar del impacto del covid-19. Según el INDOTEL, el servicio residencial se mantiene en un estable incremento.

Aunque el servicio de Internet fijo es ofrecido por más de cincuenta empresas, solo Claro y Altice tienen presencia a nivel nacional; estas dos prestadoras se reparten más del 87% de los suscriptores. No obstante, Claro ha mantenido el liderazgo del mercado en Internet fijo, al abarcar el 60.98% del mismo, según INDOTEL.

Hoy día, esas cifras no nos dicen demasiado, sin embargo, si miramos hacia el pasado, descubriremos cómo se han expandido las comunicaciones. En el año 1999 valorábamos como un gran progreso que el país había alcanzado 50 mil suscriptores de Internet, de los cuales estaban conectados a través de la desaparecidas CODETEL (40 mil) y Tricom (10 mil). Las cifras reflejan cómo ha crecido la economía o la forma de vivir de los dominicanos.

Según estudios de organismos internacionales, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), según una revelación de un antiguo director de INDOTEL, “con cada 10% de incremento del Internet en un país, aumenta un 3% el PIB; el desempleo disminuye en un 2% y la competitividad se consolida en 1.9%”.

Con esa expansión de las comunicaciones, en paralelo ha surgido una nueva realidad que se ha venido imponiendo en las últimas décadas. Y es el establecimiento de creadores de opinión que no siempre tienen que ver con el proceso de formación profesional de los agentes de la comunicación como lo habíamos concebido en otros tiempos.

La norma profesional, prevista en la ley de colegiación periodística 10-91 del 7 de mayo de 1991, establece en su artículo 4, lo siguiente:

“Para los fines de esta y otras leyes, se considera periodista profesional al graduado de las escuelas de periodismo y/o comunicación social de nivel universitario, y al que tiene por ocupación principal, regular y retribuida, buscar, obtener y emitir informaciones u opiniones en publicaciones periódicas, en medios audiovisuales, en agencias de noticias, en oficinas y agencias destinadas a la distribución de informaciones, y que obtiene de esa ocupación los principales recursos para su subsistencia”.

La realidad concreta al momento de la aprobación de esa ley mostró que mucha gente en ejercicio no caía en esa caracterización de la profesión de periodista. Y entonces empezó la era de los comunicadores, en la cual entraba cualquier tipo de profesional calificado o cualquier individuo amparado en el marco supremo de la Constitución, versión de 2010, que en su artículo 49, establece que “toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas y opiniones, por cualquier medio, sin que pueda establecerse censura previa”.

El acápite 1) indica que toda persona tiene derecho a la información. Este derecho comprende buscar, investigar, recibir y difundir información de todo tipo, de carácter público, por cualquier medio, canal o vía, conforme determinan la Constitución y la ley;

Si bien la norma constitucional instituye y reconoce mediante ese acápite una condición especial del periodista, igual hace extensivo el derecho de recibir y difundir información de todo tipo a los ciudadanos, por predominio de un bien fundamental como es la libertad de expresión, lo que obviamente abre un campo de competencia no profesional para los periodistas.

Modernamente, confrontamos un nuevo desafío para el periodismo profesional. Se trata de los famosos “influencers”, quienes han sabido conectar con todo tipo de público, y han logrado capturar las mayores audiencias en todos los tiempos, gracias al nuevo campo abierto por el imperio de las redes sociales, el avance de las nuevas tecnologías, y por el desarrollo de las nuevas tecnologías.

Justo en este punto es preciso preguntarse, en esta realidad que hemos descrito, ¿cómo se forma la opinión pública? ¿quiénes son los actores más importantes en el proceso de conformación de la opinión pública tradicional o de la opinión popular? ¿cómo los ciudadanos llegan a sus propias conclusiones? ¿bajo cuáles liderazgos y bajo el influjo de cuál volumen de información y tipo de contenidos en las redes sociales?

Antes se suponía que los medios convencionales de información contribuían a formar una opinión en la sociedad, lo que nunca pudo comprobarse a ciencia cierta, pero se asumía como un referente. Y, además, entendíamos que los medios de comunicación contribuían a formar decisivamente la opinión pública, un concepto quizás en desuso. Ahora a muchas opiniones públicas.

Hoy, quienes podrían considerarse como contribuyentes a la generación de opinión se ha diversificado de una forma que difícilmente pueda ser determinado con tanta información y contrainformación disponibles, noticias falsas o mal fundadas. Resulta muy difícil hacer conclusiones serias.

El papel de los periodistas

Entonces, llegamos a lo esencial de esta convocatoria. ¿Cuál es el papel de los periodistas en este campo tan vasto que se ha abierto en el campo de las comunicaciones?

Lo primero a desentrañar por un periodista que valore su profesión es a quién sirve. Si a los intereses particulares o a los intereses colectivos. De entrada, parece sencilla la respuesta. Pero no lo es del todo.

Todas las civilizaciones reconocen los derechos y los intereses de las personas individuales, y en efecto, están amparados en la ley y las normas constitucionales.

Difícilmente haya una persona que no persiga un interés, que no se ocupe de mejorar su situación, y que incluso, se asocie con otros para alcanzar ese propósito, siempre que sea en el marco de la ley.

Las personas establecen una relación cooperativa en búsqueda de un bien común, incluso, desde una perspectiva personal, cuando intercambian bienes o servicios en la persecución de beneficios comunes. No está mal. Se daña cuando en ese propósito son vulnerados los derechos de los consumidores, que son derechos colectivos.

En la actividad pública, digamos, la acción social o política, las personas se enrolan, se supone que para mejorar la sociedad, por el bien común, pero ese propósito generalmente envuelve un interés personal, aunque no se racionalice.

Hasta ahora, las sociedades no conocen medios que impidan que esa voluntad inicialmente fundada en la vocación de servicio no sea desvirtuada en la medida que esa relación con lo público se convierta en una oportunidad para maximizar los beneficios.

Lo que debe preguntarse es: ¿hasta dónde los intereses particulares se convierten en una amenaza para los intereses colectivos? Digamos que es una constante.

Y es ahí donde entramos los periodistas, en tratar de salvaguardar los intereses colectivos, esenciales para el progreso social y económico de los pueblos, incluso desde el corazón mismo de las empresas o las instituciones donde los individuos pretenden potencializar sus intereses para lograr siempre los mayores beneficios y ventajas.

Para cumplir esa misión, es esencial que persistamos en profundizar la capacitación, la profesionalización, la concientización acerca de que el periodismo no tiene sentido si no está al servicio de los intereses colectivos y ciudadanos.

Es importante, asimismo, no desdeñar el papel de las empresas periodísticas. Ellas, como gestoras, juegan un papel significativo en el proceso comunicativo, tienen una función social, y debe actuar con responsabilidad frente a los intereses colectivos. La empresa que se dedica a la búsqueda, investigación y difusión de contenidos informativos no debe ser disminuida, no debe quedar a merced de los intereses de sus accionistas. Porque la comunicación es un bien público, y como tal, debe ser defendida.

Las empresas de comunicación deben tener una vocación a la perpetuidad, y como tal aspiran a la rentabilidad, pero ese propósito no debe conducir a convertirlas en simples multiplicadoras de los intereses particulares. Su misión tiene una trascendencia que tiene que ver con valores ciudadanos y los intereses supremos de las naciones, de la humanidad.

Este enfoque, este punto de vista, es válido para sus sostenedores económicos, y de manera esencial para quienes participan como creadores o manejadores de contenidos y para sus colaboradores en las diferentes áreas.

Cuando no hay una comprensión acerca de la naturaleza social con vocación al servicio público de las empresas de comunicación, estas tienden a perder legitimidad y se reducen a simples reproductoras de los intereses particulares, individuales o corporativos de sus sustentadores.

Mi lucha, en todo ese tiempo que serví como simple reportero o ejecutivo de medios, tuvo como centro, la preservación de la identificación de la empresa con los intereses colectivos. Equidistante de los dueños mismos del capital, de sus asociados y del poder político, que es una permanente amenaza a los periodistas en su papel de defensores de los intereses colectivos.

Defender los derechos colectivos es siempre una misión que conlleva compromiso y se afirma en la íntima convicción.

Cumplir la misión nunca ha sido fácil, a veces resulta inviable. Por eso, siempre el periodista profesional debe estar en capacidad de renunciar, de partir, aún sea sin generar ruidos, sin peleas absurdas, porque no se puede perder de vista que al final, la cuestión se reduce al predominio de los dueños, que en momentos críticos suelen llevarse de encuentro los valores esenciales del servicio público y el compromiso social.

Pero en toda circunstancia, es clave que los periodistas asuman el compromiso irrenunciable con la sociedad, que es esencialmente un compromiso con la democracia.

La expansión de las redes sociales abre en estos tiempos nuevas oportunidades para el ejercicio de un periodismo más libre y profesional, siempre en defensa de los intereses colectivos.

En esa dirección, está claro que estamos en un mundo en que las comunicaciones se han democratizado, se han expandido y las oportunidades están abiertas en el inmenso campo del ciberespacio.

Es importante subrayar, ya para terminar, que todo esto resulta más viable en un escenario de libertad, en donde prevalezca idealmente una cultura empresarial consciente del papel de los medios de comunicación, y de parte de los periodistas, una cultura profesional, que resista las presiones. Que los mismos periodistas estemos igual en capacidad de resistir la permanente amenaza de caer bajo nuestras propias pasiones, entre ellas, la política.

Muchas gracias.

Conferencia dictada por Osvaldo Santana en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, el 12 de abril de 2023.

RELATED ARTICLES
- Advertisment -spot_img

Most Popular

Recent Comments