sábado, abril 20, 2024
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Amor a las madres#SDQPeriodicodominicano TV

Por Domingo Peña Nina

“Creced y multiplicaos”, fue la orden divina a Adán y Eva en el Edén. Esta orden ha sido extensiva a todas las parejas de la tierra en todas las épocas y se le ha tomado con tal seriedad que, aun en la actualidad, perdura el criterio en nuestros textos legales de que la función esencial del matrimonio es la perpetuación de la especie.

Producto de la unión de la pareja nacen los hijos. De modo que los padres son quienes dan la vida a los hijos. Esta es la primera razón de agradecimiento de estos últimos hacia sus progenitores, y por sí misma constituye una razón suficiente para demostrarles una gratitud eterna. Pero por si esto fuera poco, son los padres quienes proveen al niño de cuidado, alimento, vestido, afectos y pacientemente van formando, a través de los años, su carácter.

Con la llegada de sus hijos al mundo la vida de los padres cambia de manera radical. Tan pronto esto se produce, automáticamente dejan de pensar para sí. Sus actividades, sus pensamientos, su presente, su futuro, su suerte, su bienestar y su felicidad, están ligadas estrechamente a sus hijos y son dependientes del bienestar de estos últimos en todos los sentidos. Es como si los hijos fuesen una extensión física y sentimental de los padres.

La naturaleza dota de características físicas y mentales especiales a la madre, que conducen a que le corresponda estar más ligada físicamente a sus hijos que el padre durante sus primeros años. Primero los concibe; los lleva luego en su seno durante nueve meses. Durante dicho lapso tiene que echar a un lado sus propios intereses y en muchos casos privarse de actividades y placeres, para no poner en riesgo el buen curso del embarazo.

Si este cursa con alguna complicación, obviamente, las restricciones y sinsabores son mayores. Posteriormente, sufre sin maldecir y casi con alegría las dolorosas contracciones del parto, y entre lágrimas y risas de felicidad recibe y envuelve con ternura y cuidado a su retoño y lo acomoda en su regazo para brindarle, dulcemente, el primer alimento de sus pechos.

Martí inmortalizó su reconocimiento a estas verdades en versos que se mantienen frescos después de más de un siglo:

«Madre del Alma, madre querida

son tus natales, quiero cantar,

porque mi alma, de amor henchida

aunque muy joven, nunca se olvida

de la que vida me hubo de dar…”

Con frecuencia, sobre todo en América Latina y demás países pobres, muchas embarazadas jóvenes, casi niñas, ponen en peligro su salud y hasta llegan a ofrendar sin reclamos sus vidas, al tiempo que el recién nacido/a llora con energía anunciando su llegada. Ya por fortuna este tipo de cuadro se presenta con menor frecuencia gracias a la educación sexual y a la atención prenatal temprana, pero aun sigue observándose su repetición en los países pobres, donde las complicaciones del embarazo producto de la desnutrición y el hambre siguen teniendo una presencia considerable.

Apenas alcanza los tres o cuatro años de edad, la madre, orgullosa, viste al hijo/a por primera vez con el uniforme escolar y lo lleva a la escuela para que empiece a complementar su formación con los conocimientos académicos. Mientras el niño/a está en el colegio, la madre se sobresalta y tiembla cada vez que suena el timbre del teléfono, y solo cuando lo ve regresar sano y contento es cuando su corazón vuelve a latir con tranquilidad y retorna el sosiego a su alma.

La madre se preocupa, muchas veces en exceso, cuando al recibir a su hijo/a con un beso o al bendecirlo/a en la noche antes de que se duerma, al rozar amorosamente con sus labios la piel de la frente del hijo/a la siente ardiente, o cuando el niño/a se queja de dolor de cabeza o de vientre, o presenta vómitos o diarrea o cualquier signo de malestar físico o le hace saber cualquier motivo de preocupación.

Pero su celo va mucho más allá de la simple inquietud mental. Puede pasar la noche en vela junto a la cuna pendiente de la persistencia de la enfermedad o cualquier signo de agravamiento o, simplemente, para dar con puntualidad y esmero la medicina que debe erradicar el mal, callando muchas veces sus preocupaciones.

En condiciones de normalidad, la madre, escrutadora por naturaleza, pacientemente pasa revista al día del hijo/a y escucha tolerantemente el relato de sus experiencias diarias. Lo tranquiliza si tiene preocupaciones, lo orienta y aconseja. Si el hijo/a tiene dificultad para la realización de las tareas escolares, deja de lado lo que debe hacer y ofrece de inmediato su mente y manos ayudadoras para auxiliarlo.

Con igual bondad, en los casos en que el hijo/a merece un castigo corrector por haber cometido alguna travesura, la madre, con frecuencia, se convierte en cómplice comprensiva o juez benévola que intercede ante el padre para obtener el perdón o el castigo menos gravoso.

A más edad del hijo/a, cuando las desilusiones y primeros fracasos le traen las primeras tristezas, la madre comprende sus penas y le ofrece apoyo y consuelo. El apoyo y consuelo que quizá ella necesitó y no recibió en una situación similar.

Por más que haga un hijo para corresponder a las atenciones recibidas de su madre, nunca logrará alcanzar los niveles de merecimientos de esta. Por eso, en vida se le debe cuidar y demostrarle amor y gratitud permanente.

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